Cuando
eres agradecido te rodeas de cosas hermosas,
das
más, recibes más y la vida te da más
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SANTORAL
León
IX,
papa
(1002-1054)
Jorge,
Usmaro, Elgeo, obispos; Vicente, Hermógenes, Cayo, Expedito,
Aristónico, Rufo, Gálata, Sócrates, Dionisio, Pafnucio, Vernerio,
Geroldo, conde de Sajonia, y sus hijos Ulrico y Cunón, mártires;
Crescencio o Crescente, confesor; Emma, viuda; Timón, diácono y
mártir; Trifón, patriarca; Buscardo, abad; Oliva, virgen.
REFLEXIÓN:
Perdonar
no es olvidar, es recordar en paz
Y
es que el rencor mata, corroe, esclaviza, asfixia. No hay nada mejor
en el mundo que perdonar.
Lo
repito, nada hay mejor que perdonar. Y si no, hagan la prueba. Hagan
la prueba.
¡Haz
la prueba! Decídete y perdona al que te ofendió o te causó algún
daño. Si crees que el otro piensa que fuiste tú quien tuvo la
culpa, pues igual, simple y llanamente pídele perdón, y asunto
arreglado. Total, lo importante es lograr la paz, la convivencia, el
poder saludar y sonreír y hablar con quien hasta hace poco le
girabas la cara, o le gruñías, o le deseabas el mal, o lo
ignorabas, y arriba de eso afirmabas que no, que tú no habías
dejado de quererlo, pero que no querías tener nada que ver con esa
persona.
El
problema es ese. Que lo que dice el Señor es muy distinto. "Amarás
a tu prójimo como a ti mismo". Difícilmente tu propia persona
te sea indiferente.
A
los que tengan algún tipo de rencilla, les ruego encarecidamente
dediquen unos minutos y presten atención a lo que les voy a contar.
Jesús
relata la historia de aquel rey que perdona una gran deuda a uno de
sus servidores, y al salir del palacio, éste se encuentra a un
compañero que le debía unos céntimos y lo encarcela hasta que le
pague. Al enterarse el rey, le recriminó su injusticia enviándolo a
la cárcel. Concluye Jesús diciendo que "lo mismo hará mi
Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus
hermanos”.
virgen.
Entonces,
te pregunto: De todas esas barbaridades que has cometido en tu vida,
¿recuerdas tan sólo una que Dios no te haya perdonado? ¿No? Y
entonces, ¿quién eres tú para negarle tu perdón a alguien que
mucho o poco te haya molestado, ofendido, irritado, perjudicado o
llámese como sea lo que te haya hecho esa otra persona, y mucho peor
si es un hermano?
No,
mi querido amigo, no vale la pena vivir así. No hay tranquilidad. A
mi me pasaba igual. Recuerdo una situación por la que viví, y a
sabiendas de que a esa persona me la encontraba los domingos en misa,
tenía la respuesta lista por si acaso se atrevía a saludarme:
"¡Vade retro Satanás! ¡Retírate Satanás!” ¡Y eso se lo
pensaba decir en plena iglesia!
Hoy,
sin embargo, vivo tranquilo. A esa persona--¡y a tantas otras!--no
tan sólo la perdoné, sino que le pedí perdón, porque estando ya
en los caminos del Señor, me cuestioné seriamente si no habría
sido yo quien la había ofendido. ¡Que bien se siente uno! Quise
visitarla, y darle un abrazo, pero no quiso. Que pena. Siempre está
presente en mis oraciones.
El
perdón no borra lo sucedido. Lo hecho, hecho queda, y a menos que
caigamos en Alzheimer, difícil es olvidar nuestra historia de vida.
Pero qué distinto es recordar esos incidentes en paz. Ahí radica la
gran diferencia. Perdonar no es olvidar, es recordar en paz.
Juan
Rafael Pacheco
ORACIÓN:
Oremos
al Señor por la paz del pueblo ucraniano. Que Cristo, Príncipe de
la Paz, interceda ante el Padre para que se dé una transición
pacífica y un futuro Estado justo y democrático. Que la unidad en
la oración de cristianos de distintas denominaciones sea ejemplo
para la paz y camino hacia el Ecumenismo.
Oración
por la paz en Ucrania
Señor
Jesús, tú guías sabiamente
la
historia de tu Iglesia y de las naciones,
escucha
ahora nuestra súplica.
Nuestros
idiomas se confunden
como
antaño en la torre de Babel.
Somos
hijos de un mismo Padre
que
tú nos revelaste
y
no sabemos ser hermanos,
y
el odio siembra más miedo y más muerte.
Danos
la paz que promete tu Evangelio,
aquella
que el mundo no puede dar.
Enséñanos
a construirla como fruto
de
la Verdad y de la Justicia.
Escucha
la imploración de María Madre
y
envíanos tu Espíritu Santo,
para
reconciliar en una gran familia
a
los corazones y los pueblos.
Venga
a nosotros el Reino del Amor,
y
confírmanos en la certeza
de
que tú estás con nosotros
hasta
el fin de los tiempos. Amén.
Paz
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
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ESPECIAL BUENOS DÍAS
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Hijos
maltratadores el infierno en casa
Las denuncias de padres agredidos por sus hijos han aumentado un 175 %
Tabla de contenido
Las
denuncias de padres agredidos por sus hijos han aumentado un 175 %
- Una “lacra social” en aumento
- Un nuevo tipo de violencia
- Problemas con los límites
- El fruto de nuestra cultura
- “Dejé de verla como a mi madre”
- “De esto se puede salir”
Salivazos, insultos, empujones,
amenazas… Los expertos constatan el aumento de la violencia
filio-parental en los últimos años. En España, la Conferencia
Episcopal, CONFER y Cáritas han reflexionado conjuntamente sobre
este problema en unas jornadas celebradas en la Universidad
Pontificia de Comillas
Como en las películas, avisamos de
que los nombres que aparecen a continuación han sido modificados
para proteger la identidad de sus protagonistas. Con la salvedad de
que estas historias no tienen nada de ficción, sino que muestran una
realidad cruel y cada vez más frecuente: la de la violencia
filio-parental, hijos que maltratan a sus padres.
Son historias como la de Ana, de 14
años. Hace poco arrojó al suelo el plato de comida que su madre
acababa de servirle, mientras gritaba: “¡Limpia esto, hijaputa,
que es para lo único que vales!”. Cuando un trabajador social le
preguntó qué creía que habría sentido su madre, dijo: “Ni lo
sé, ni me importa”.
O como Paula, otra adolescente que
reconocía hace pocas semanas que “mis padres me tienen miedo”…
y tiene razón: Paco y Alba, sus padres, explicaban a un mediador
familiar que “tenemos miedo a nuestra hija” y que se sienten
“incapaces de hacer que nos obedezca”.
Bárbara entiende la impotencia que
sienten esos padres. Ella recibió un salivazo de su hijo durante una
discusión que se desencadenó cuando le quitó el móvil. El mismo
motivo que generó una bronca en casa de los Sánchez, en la que Luis
escuchó toda clase de insultos y vejaciones de boca de su hijo,
menor de edad.
De Lázaro, que tiene 18 años,
hablaremos más tarde, pero basta con saber que reconoce haber
“llorado mucho de impotencia, de soledad y de vacío interior”
cada vez que discutía con su madre entre insultos y mamporros a
puertas y paredes.
Una “lacra social” en aumento
Las de Ana, Bárbara o Lázaro son las
vidas que hay tras los datos oficiales, esos que según la Memoria de
la Fiscalía General del Estado apuntan que en 2014 hubo en España
4.753 procedimientos a menores por delitos de violencia contra sus
padres. Un incremento del 175 % respecto a 2007.
Solo en la Comunidad de Madrid, la
violencia filio-parental ya supone el 12 % de los delitos cometidos
por menores, y es la tercera tipología que más denuncias causa
contra chicos y chicas de menos de 18 años. En 2013, ese porcentaje
no llegaba al 9 %. La radiografía es similar en toda España: en la
Diputación de Segovia las denuncias se han incrementado un 400 % en
cinco años; en Aragón, un 51 %; en País Vasco se multiplicaron por
cuatro…
La propia Memoria de la Fiscalía –que
suele ceñirse al lenguaje burocrático– tilda de “lacra social”
estas agresiones, y reconoce que las “medidas que se aplican a
diario en la jurisdicción de menores se revelan insuficientes ante
un problema que hunde sus raíces en una profunda crisis de valores y
principios educativos dentro de las relaciones paterno-filiales”. Y
los profesionales que se enfrentan a estos casos lo confirman.
Un nuevo tipo de violencia
Profesionales como José Antonio
Morala, terciario capuchino, trabajador social con años de
experiencia en el acompañamiento de jóvenes violentos, y
coordinador del proyecto Conviviendo que ha puesto en marcha la
fundación Amigó. Un proyecto que ayuda a las familias que
atraviesan este tipo de situaciones y, sobre todo, que intenta
prevenirlas para que el hogar no se convierta en un infierno.
Morala explica que, en rigor, “la
violencia filio-parental no es nueva; lo novedoso es el tipo de
violencia al que nos enfrentamos, y su incremento”. Hasta hace
pocas décadas, “este tipo de violencia iba asociada a enfermedades
mentales de los hijos; en los 80 empezó a estar vinculada a las
drogas y al alcoholismo; y luego estaban los hijos maltratados que,
al crecer, pegaban a sus padres por venganza”, explica.
La novedad es que, ahora, “vemos
hijos sin problemas mentales ni de adicción que ejercen una
violencia gratuita contra sus padres, sin responder a
provocaciones previas, incapaces de empatizar con el sufrimiento que
causan, y que explotan como reacción exagerada a límites o
frustraciones de deseos inmediatos”.
Y da ejemplos: “Hace poco me llamó
una madre a primera hora porque su hijo le había pedido dos euros
para desayunar, no se los había dado y el chico estaba dando golpes
por toda la casa”.
Problemas con los límites
Aunque las circunstancias de la
familia varían en cada caso, hay elementos que se repiten en los
menores violentos. Irene Gallego, psicóloga del proyecto
Conviviendo, explica que “estos jóvenes casi siempre tienen
problemas de autoridad en casa, y en un momento concreto buscan
hacerse con el poder. Sus padres, o han sido demasiado protectores o
han ido cediendo autoridad desde que el hijo era pequeño. Los padres
demasiado autoritarios y los demasiado permisivos intentan a toda
costa que el niño no monte rabietas, y eso genera problemas con los
límites. Al crecer y verse forzados a cumplir normas, ya no toleran
los límites que van contra sus apetencias inmediatas y estallan para
recuperar o mantener el poder”.
El fruto de nuestra cultura
Morala subraya que “son jóvenes que
han aprendido a pensar solo en ellos, porque es lo que ven en sus
mayores y en la sociedad”. Sobre esa base giró precisamente la
intervención de Morala en la jornada La violencia en la
adolescencia que organizaron la semana pasada la Comisión de
Migraciones de la Conferencia Episcopal, Cáritas y CONFER en la
Universidad Pontificia de Comillas, en Madrid.
Además de haber recibido una
educación de límites deformados, “los menores violentos son
hedonistas, insensibles, profundamente materialistas, irreflexivos,
impulsivos y ególatras… porque así es nuestra cultura. Es la
sociedad la que está enferma: ansía el control del poder, se mueve
por la imagen y por lo sensitivo en lugar de por la reflexión y la
interioridad; y es tan materialista que induce a obtener la
satisfacción de necesidades primarias de forma inmediata”, añade.
“Dejé de verla como a mi madre”
Si pusiéramos aquí el punto final,
solo habríamos visto la sombra de un monstruo. Pero entonces entra
en escena Lázaro, el chico de 18 años del que hablábamos antes.
Sus facciones son impropias de su juventud y denotan años curtidos
en la hosquedad, la falta de afecto –la gran carencia de los hijos
agresores–, y demasiado tiempo perdido en el instituto y en la
calle. Al hablar, sus palabras muestran, sin embargo, la madurez que
solo adquiere el que sabe que hace lo correcto.
Hijos maltratadores el infierno en casa
Hace un año y medio, después de que
su madre llamase por enésima vez a la Guardia Civil tras una
discusión, terminó tocando a la puerta de la fundación Amigó.
Hasta entonces estaba acostumbrado a que su madre (soltera)
compensara con elementos materiales la falta de tiempo, a que él
entrase en casa sin saludar y hablase solo para provocar y discutir;
a que ella le echase de casa y tuviese que dormir en el portal, y a
que desde niño “nadie me reconociera las cosas buenas y me
compararan con otros”.
Con 14 años, las peleas eran tan
frecuentes que “dejé de ver a mi madre como a una madre. Para mí
era una autoridad que estaba para fastidiarme”. Y así comenzaron
las agresiones verbales, los golpes y los llantos a media noche.
“De esto se puede salir”
En la fundación Amigó pusieron en
práctica su lema Los jóvenes tienen probleHijos maltratadores el infierno en casa
mas, no son el problema.
Y a través de atención psicológica, talleres de conducta,
asistencia directa por teléfono y en el domicilio, trabajo
individual con ambos y dinámicas conjuntas para propiciar el
diálogo, el conocimiento mutuo y la empatía entre Lázaro y su
madre, la historia dio un giro total.
“Aquí me han demostrado que de esto
se puede salir. Se puede dejar de vivir con ese vacío, esa soledad y
esa tensión que te hacen infeliz. Me han ayudado a pensar en el
futuro, a darme cuenta de que puedo ser mejor y a valorar lo bueno de
mi madre”, explica.
Y concluye con una frase digna del
final de una buena película: “Nadie es feliz discutiendo, por eso
hay que pedir ayuda. La violencia no lleva a nada bueno. Ni la calle.
Pido a los padres que apoyen a sus hijos y no les comparen con nadie.
Y a los jóvenes que hacen con sus padres lo que hacía yo, les digo
que se alejen de la calle y se acerquen a su familia y a los que te
ayudan de verdad. Por ser más violento o estar fuera de casa no eres
más libre. La libertad te la da la confianza en las personas”.
Por José Antonio
Méndez. Artículo originalmente publicado por Alfa
y Omega
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