La
mayor enfermedad de Occidente hoy no es la tuberculosis o la lepra;
es
no ser querido, no ser amado y que nadie se preocupe por ti.
Podemos
curar las enfermedades físicas con la medicina,
pero
la única cura para la soledad, la desesperación y la falta de
esperanza es el amor.
Hay
muchos en el mundo que mueren por un trozo de pan, pero hay muchos
más que mueren por un poco de amor.
La
pobreza de Occidente es un tipo distinto de pobreza
– no
es sólo una pobreza de soledad, sino también de espiritualidad.
Hay
un hambre de amor así como hay hambre de Dios
MADRE
TERESA DE CALCUTA
VIDEO
SANTORAL
Simplicio,
papa
(† 483)
Pedro
de Zúñiga, Lucio, Ceada, obispos; Jovino,
Basileo, Pablo, Heraclio, Secundila, Jenara, Absalón, Lorgio,
mártires;
Andrónico,
Atanasia, confesores; Fridolino, abad; Simplicio, papa; beata
Ángela de la Cruz, fundadora de las HH. de la Cruz.
REFLEXIÓN:
De
paso por una ciudad importante, un violinista célebre anunció que
daría un concierto con un Stradivarius. La sala se llenó a rebosar.
Muchos asistieron no sólo por el violinista sino también por ver el
violín.
Desde
las primeras notas, la audiencia fue sorprendida por el virtuosismo
del violinista. Al final de la segunda pieza, este hombre, rompió el
instrumento sobre sus rodillas y abandonó el escenario.
El
director del teatro se presentó e intentó calmar al público:
"Señoras
y señores, no se inquieten, el violinista todavía no ha tocado con
su Stradivarius. El que acaba de romper sólo valía unos euros."
El
virtuoso reapareció, provisto con su reluciente Stradivarius.
Después de haber ejecutado su primera obra con esta joya, se paró y
preguntó al público si habían notado la diferencia entre los dos
instrumentos. Sólo un par de manos se levantaron.
Entonces
les dijo: "Quería demostrar que no es tanto el instrumento el
que hace la música, sino el instrumentalista".
ORACIÓN:
Jesús,
permite que esta meditación me lleve a crecer en el amor,
especialmente en este tiempo en que la Iglesia me invita a contemplar
el gran sacrificio que implicó mi redención. Guía mi oración,
ilumíname para que no sólo comprenda, sino que viva, en todo y con
todos, la caridad.
Petición
Te
suplico, Jesús, que nunca permitas que sea indiferente a tus
innumerables muestras de amor.
Meditación
del Papa Francisco
Jesús
es el Siervo del Señor: su vida y su muerte, bajo la forma total del
servicio, son la fuente de nuestra salvación y de la reconciliación
de la humanidad con Dios. El kerigma, corazón del Evangelio, anuncia
que las profecías del Siervo del Señor se han cumplido con su
muerte y resurrección.
La
narración de san Marcos describe la escena de Jesús con los
discípulos Santiago y Juan, los cuales –sostenidos por su madre–
querían sentarse a su derecha y a su izquierda en el reino de Dios,
reclamando puestos de honor, según su visión jerárquica del reino.
El
planteamiento con el que se mueven estaba todavía contaminado por
sueños de realización terrena. Jesús entonces produce una primera
"convulsión” en esas convicciones de los discípulos haciendo
referencia a su camino en esta tierra: "El cáliz que yo voy a
beber lo beberéis… pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda
no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está
reservado”. Con la imagen del cáliz, les da la posibilidad de
asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin
garantizarles los puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta es
una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio,
rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre
los demás.
Frente
a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, para hacerse ver,
frente a los que quieren ser reconocidos por sus propios méritos y
trabajos, los discípulos están llamados a hacer lo contrario. Por
eso les advierte: "Sabéis que los que son reconocidos como
jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No
será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros,
que sea vuestro servidor”. Con estas palabras señala que en la
comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio. (Homilía
de S.S. Francisco, 18 de octubre de 2015).
Propósito
Dar
a Cristo un «sí» generoso y dedicar un tiempo semanal para
trabajar por la Iglesia.
Diálogo
con Cristo
Señor
Jesús, qué fácilmente puedo caer en pensar que dado que no mato,
no robo, no hago conscientemente el mal, tengo derecho a privilegios.
Qué
insensato puedo ser al acercarme a la oración con una actitud de
superioridad, de exigencia.
Gracias
por mostrarme que no es ése el camino cierto del amor.
Eres
mi Dios, mi hermano, mi amigo, mi mejor amigo, que me ofreces la
plenitud.
Ayúdame
a estar siempre abierto a tu gracia y servir a mis hermanos en tu
Iglesia.
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ESPECIAL BUENOS DÍAS
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¿Hay pecados tan graves que
no puedan ser perdonados?
El amor de Dios no tiene límites,
pero quien rehúsa acoger la misericordia del Señor por el
arrepentimiento rechaza el perdón y la salvación
Sabemos que la desesperanza del perdón de los propios pecados ofende
a Dios.
Muchas veces en el Diálogo, Dios insiste con Santa Catalina
de Siena sobre eso:
“ Y con esta misericordia puede, si él lo quiere, unirse a la
esperanza. Sin esto, ningún pecador escaparía a la desesperación,
y por la desesperación encontraría con los demonios la condenación
eterna. Es mi misericordia la que, durante sus vidas, les hace
esperar mi perdón”.
“ Porque este pecado final de desesperación me ofende mucho más
y les es mucho más mortal que todos los otros pecados que hayan
cometido. Pero no es la fragilidad de vuestra naturaleza la que os
mueve a la desesperación, porque no existe placer ni nada
comparable, sino un intolerable sufrimiento en ella.
Alguien que se desespera desprecia mi misericordia, haciendo
que su pecado sea más grande que la misericordia y la bondad.
Entonces si un hombre cae en este pecado, y no se arrepiente, y no se
siente verdaderamente afligido por su ofensa contra mí como él
debería, afligido más bien por su propia pérdida que por la ofensa
cometida contra mí, entonces recibe la condenación eterna.
**Mi misericordia es mayor que todos los pecados que un hombre
pueda cometer**. Me entristece que alguien considere sus
faltas mayor que mi perdón. La desesperación es ese
pecado que no es perdonado ni en esta vida ni en la otra”.
Cuando habla de éste, que es el “pecado contra el Espíritu
Santo”, el Catecismo de la Iglesia enseña que:
“No hay límites a la
misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la
misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón
de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo.
Semejante
endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la
perdición eterna”
(§1864).
Lo más importante es entender y creer que:
“La Iglesia “ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a
fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por la
sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es
donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de
vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado”.
No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar.
"No hay nadie, tan
perverso y tan culpable que, si verdaderamente está arrepentido de
sus pecados, no pueda contar con la esperanza cierta de perdón.
Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su
Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera
que vuelva del pecado” (§981-2).
Dios dijo a Santa Catalina que: “Fue en la dispensa de la jerarquía
eclesiástica donde guardé el Cuerpo y la Sangre de mi Hijo”.
No sirve enfadarse con uno mismo y condenarse tras un pecado. Esto
sería un mal mayor, es orgullo refinado. El remedio es levantarse
humildemente, aceptar con resignación la propia falta y buscar
el perdón en la misericordia infinita de Dios que nunca nos falta.
Cristo nos dejó la Iglesia y la confesión para eso.
San Francisco de Sales enseñaba que: “Cuanto más miserables nos
sentimos, tanto más debemos confiar en la misericordia de Dios.
Porque entre la misericordia y la miseria hay un vínculo tan
grande que una no puede ejercerse sin la otra”.
“Sopesad vuestros defectos con más dolor que indignación, con más
humildad que severidad y conservad el corazón lleno de un amor
blando, sosegado y tierno”; y además decía: “Es orgullo no
conformarnos con nuestra debilidad y nuestra miseria”.
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